Esto era un mono al que no le gustaban los plátanos.
—Prefiero las mandarinas -decía.
Los otros monos lo miraban mal.
—Un mono que no come plátano no es un mono.
—¿Qué es? -preguntaba el mono que prefería las mandarinas.
—¡Lo peor!
—¡Lo más bajo!
—¡Lo último!
El mono que prefería las mandarinas seguía sin comprender.
—Qué más dará.
Hasta que el mono más viejo le explicó:
—Mira, chaval. No da igual. O eres como todos, haces lo que todos y comes lo que todos o no te va a ir muy bien en la selva.
El mono que prefería las mandarinas se rascó la cabeza, se dio unos golpecitos en las manos, saltó entre las ramas y en la última voltereta aterrizó. Desde abajo miró a los monos de los árboles.
—¡Adiós!
—¿Te vas por lo de los plátanos? -le preguntó uno.
—¿Te vas por lo de las mandarinas -preguntó otro.
El mono al que no le gustaban los plátanos se empezó a alejar, mientras respondía.
—Me voy por vosotros.