Esto era un hombre invisible que quería ser visible. Un día se fue a una clínica del Ojo y de la Visión.
-¿Pueden volverme visible? –preguntó a allí.
-Le paso con la doctora -respondió el señorito de recepción.
La doctora del Ojo y de la Visión solo tenía un ojo, pero muy grande, y con una visión en 3D. El ojo recorría la consulta.
-No puedo verlo.
-Ya, claro. Ese es el problema. Quiero que todos puedan verme, incluida usted.
-Entiendo. Cierre los ojos.
El invisible obedeció. La doctora levantó un cubo de pintura roja y lanzó su contenido adonde había oído hablar. No pasó nada. La pintura quedó en el suelo, manchando de rojo la consulta.
-Me temo que usted, además de invisible, es inexistente. O lo que suele llamarse un fantasma. No está en ni mano volverlo visible.
-¿Ni con una sábana?
La doctora se quitó la bata blanca y se la tiró por encima. La bata cayó al suelo y se tiñó de rojo con la pintura caída.
-¡Vaya!
El hombre invisible que quizá fuera un fantasma o quizá tampoco, preguntó deprimido:
-¿Qué le debo?
-Un cubo de pintura roja, una bata blanca y la limpieza de este despacho.
La doctora del Ojo y de la Visión no puedo verlo, pero el hombre sonrió:
-¡Uf! Menos mal que además de invisible soy inexistente.
Y se fue. O quizá no.