La Cabalgata estaba preparada desde hacía horas, pero no salía. Melchor paseaba muy nervioso:
-¿Sigue sin aparecer Gaspar?
-Nadie lo ha visto desde ayer
A Baltasar el gesto se le descomponía.
-¿Cómo puede desaparecer Gaspar en un día como hoy? ¡Llegaremos tarde a todas partes!
Melchor le escuchaba, moviendo la cabeza en sentido afirmativo.
-Es cierto. No podemos esperar más.
Baltasar se retorcía las manos.
-Pero nuestra Cabalgata es de tres reyes. ¿Cómo vamos a ir solo dos?
Uno de los pajes de Melchor, susurró:
-A mi no me importaría hacer de…
No pudo acabar la frase porque en ese momento apareció Gaspar.
-No hace falta. Estoy aquí.
-¡¡Pero se puede saber…!! -le gritaron a la vez Baltasar y Melchor.
-Me desanimé. Me deprimí. Y decidí dejarlo.
-¿Por qué? -se asombró Melchor.
-¿Te ha sucedido algo? -preguntó Baltasar.
Gaspar se fue hacia su camello cabizbajo y montó. Los otro reyes hicieron lo mismo. La Cabalgata empezó su marcha. Y Gaspar, al fin, les respondió:
-Los niños me piden cosas imposibles: felicidad, paz, amor… ¡Y yo solo puedo llevarles objetos! Eso hace que me siente mal y me desanime.
Melchor resopló:
-¡Vaya! ¡Así que era eso…!
-¿No es bastante? -preguntó Gaspar.
-Los niños siempre piden más de lo que hay. Es su naturaleza. Pero basta con dejarles cosas que no vaya en contra de sus sueños. O sea, objetos que les hagan un poco más felices, juguetes que no atenten contra la paz, libros que pacifiquen…
-¿De veras?
-Claro, Gaspar. Siempre te has pasado de sensible.
-Vaya. Pues gracias por la aclaración.
Y colorín colorado,
esto es lo que pasa
si ves que los Magos
llegan tarde a tu casa.