El rey destronado

Esto era un rey que no se conformaba con serlo.

-¡Pero si eres lo más! ¿Qué más quieres?

-Quiero vivir como un rey. Con dinero a raudales y un enorme tesoro.

-Vaya. ¿Y algo más?

-Ser cazador de elefantes y grandes fieras.

-Vaya. ¿Algo más?

-Campeón de regatas en yate.

-¿Algo más?

-Tener un harén, con muchas esposas.

-Bien. Pues no se hable más. Consultemos al pueblo.

Consultado el pueblo, el rey que no se conformaba con serlo perdió la corona y se le indicó la puerta de salida.

-¡Jo! ¡No es justo! –protestó.

-Cierto. No hay nada más injusto que un rey en una democracia. ¡Y si encima nos sale avaricioso, cruel, superficial y machista, pues colorín, colorete; agarra la maleta y vete!

Un rey demócrata

Esto era un rey que amaba la democracia.

-Yo no soy más que nadie –declaró en cuanto lo coronaron.

-Pues cámbiate conmigo, que quiero probar ese sillón –dijo su cocinera, apartándolo del trono de un codazo.

El rey se fue a la cocina y se puso a pelar patatas.

-A lo mejor debía de haberme callado –suspiró.

Príncipe heredero

rey_Esto era un príncipe que quería ser rey.
-Papá, ¿cuándo me toca?
Su padre, que tenía 99 años, le respondió:
-Ya sabes cómo va esto, cuando no esté yo, te tocará a ti.
El rey había sido padre a los 20 años. Y el príncipe, de natural optimista, sonrió.
-No hay prisa, fafá.
Había querido decir papá, pero al no tener dientes las «p» le salían fatal.

Un cuento muy dulce

corona reinaEsto era una reina que quería dejar de serlo.
Un día le dijo al rey:
–¿Cómo te sentaría no estar casado con una reina?
El le respondió, con la mejor de sus sonrisas:
-Mira, con la corona haz lo que quieras; pero tu siempre serás mi reina.
Esto sucedió en el Reino de Almíbar, situado en el Valle de los Caramelos,  junto al los montes de Regaliz. ¿Dónde, si no?

El ladrón recompensado

213xEsto era un rey que tenía un dolor fuerte, fuerte.

–Daré una gran recompensa a quien me lo QUITE -aseguró.

Y la recompensa se la llevó… ¡El mayor ladrón del reino!

–¿Quien mejor que yo para QUITAR algo? -aseguró el ganador a cuantos quisieron oírle.

(En algunas zonas de España, quitar es sinónimo de robar)

 

El rey sin corona

550px-Corona_real_española.svgEsto era una rey que perdió la corona.

Iba con ella por el campo, porque nunca se la quitaba. Se puso a recoger amapolas para la reina y cuando quiso darse cuenta tenía la cabeza pelada. O sea, sin corona.

-Pensemos -se dijo el rey, para darse tranquilidad-. Muy lejos no puede estar, porque las coronas por si mismas no se mueven.

Volvió sobre sus pasos, mirando el suelo. Vio sus pisadas, las huellas dejadas donde cortó amapolas e incluso el lugar en el que se tumbó un momento, en plan descanso bucólico. Nada. De la corona, ni rastro.

-Que no cunda el pánico -se dijo el rey, porque empezaba a temer lo peor-. Si no encuentro la corona, que me hagan otra y ya está.

Y volvió al castillo, con la cabeza pelada. El puente levadizo estaba arriba, por lo que gritó a los guardianes:

-¡Abrid! ¡Soy el rey!

-¡Ja! -replicó un guardián, despectivo-. No tienes corona. Lárgate o disparo un flecha.

-¡Qué soy el rey, hombre! ¡Lo que pasa es que perdí la corona!

Una flecha pasó silbando junto a su oreja derecha.

-¡La próxima no fallará! -Gritaron desde lo alto de la muralla.

-Salvo la muerte, todo tiene solución en esta vida -se dijo el rey para atajar el susto, mientras se alejaba a toda pastilla.

Volvió al campo de amapolas. Buscó y rebuscó. No encontró la corona.

Pero ocurrió algo mejor: tuvo una idea. Empezó a trenzar las amapolas que había recogido para la reina e hizo con ellas una preciosa corona roja. Se la puso en la cabeza y volvió al castillo. No tuvo ni que decir hola:

-¡Abrid al Rey! -dijeron desde lo alto en cuanto lo vieron.

Y él, sacando pecho, se iba diciendo:

-Pensamiento positivo, chaval; esa es la clave.

La reina Berenjena

mini-berenjenaEsto era una reina

a la que llamaban

Berenjena

por tener una nariz

terriblemente fea.

“Arregla esta cosa

y te colmaré de riquezas”.

Eso dijo un día

a su mejor hechicera.

Pero solo obtuvo

la siguiente respuesta:

“Tal y como es

tu nariz es perfecta

pues huele las rosas

y la lluvia de tormenta”.

Suspiro resignada

la reina Berenjena:

“¡Como se nota

que esta mujer es ciega!”

Mariano y el rey

coronaEsto era un rey sin corona al que un día le llegó su primer ministro, muy alterado.

-¡Dimito, Majestad!

-Pero hombre, Maríano, ¿qué te sucede? -le dijo el rey, confianzudo y campechano.

-¡Estoy hasta la coronilla!

El rey rió de buen grado.

-¿Lo ves? ¿Por qué crees que yo soy un rey sin corona?

El primero ministro lo miró perplejo.

-No entiendo…

-Yo, corona; tu, coronilla… ¿No lo coges?

El primer ministro volvió a su despacho, murmurando entre dientes:

-¡Esto es la monda! Hasta el rey se cree un chistoso.

El rey se recostó en su sillón y murmuró cuando volvió a quedar solo:

-Con éstos, o te haces el tonto o te la preparan…

Y colorín, colorado.

La princesa y el peine

Esto era una princesa muy, pero que muy caprichosa. Tenía a sus papás hasta la mismísima corona real con sus caprichos. Un día le dijeron:

-Tu problema es que no sabes ni lo que vale un peine.

-¿Y qué vale un peine? –preguntó ella.

-Depende de su calidad –respondió la reina.

La princesa rió:

-¡Ja! ¡Vosotros tampoco sabéis!

El rey suspiró:

-A ver, hija. Solo era una forma de hablar. Queremos decir que tu problema es que has nacido en un palacio y no tienes ni idea del valor de las cosas en general.

La princesa se quedó pensativa.

-¿Y cuál es el valor de las cosas en general?

-Pues depende de cada cosa –le respondió su mamá.

La princesa rió:

-¡Ja! ¡Vosotros tampoco sabéis!

Los reyes se miraron:

-A esta hay que casarla cuanto antes y que se la lleven de aquí.

-Será la mejor, sí.

Pero la princesa caprichosa se marchó tan feliz y gritando:

-¡Os gané, os gané! ¡Soy más lista que vosotros! ¡Os gané…!

Caza mayor

Esto era un elefante que dijo un día:

-Me voy a cazar reyes

-¿¿Qué?? -barritaron con escándalo todos sus colegas de trompa.

-Sí, qué pasa. Me gusta la caza mayor. Y no hay mayor caza que la de reyes.

Lo tuvieron que encerrar, porque en la selva son muy serios para estos asuntos  y no dejan salir, así como así, a cazar.

Hombre, salvo los carnívoros, que tienen licencia, pero solo si hay hambre.

Los reyes de Baraja

Esto era una reino que tenía cuatro reyes: el de espadas, el de bastos, el de oros y el de copas. Se llamaba Baraja.

En cierta ocasión, dijo el rey de espadas:

-Yo debo ser el único rey, porque tengo espada y os puedo matar.

-Calla o te arreo con mi enorme porra -replicó el rey de bastos, con cara de pocos amigos.

-¿Y que creeis? ¿Que la copa de ganador me la han dado a mi en la tómbola o porque sí? Gano en todo, así que no me pongáis a preuba -terció el rey de copas.

-El dinero mata mata más que una espada, hace más daño que cualquier porra y compra los trofeos o copas que quiere. Así que decidme, ¿quién manda de veras aquí? -preguntó, despectivo, el rey de oros.

Y los otros tres reyes, con cara de fastidio, le dijeron «amén»; o sea, que era él quien tenía razón.

Destinos cruzados.

Esto era un rey con pata de palo y un pirata con corona dorada. Nada gustaba más al rey que hacerse a la mar y correr aventuras. Nada gustaba más al pirata que sentarse en el mejor sillón de su casa y aconsejar, con prudencia, a cuantos iban a consultarle.

Un día, por puro azar, se conocieron.

Y dijo el rey de la pata de palo:

-Oye, ¿yu y yo no estaremos cambiados?

El pirata prudente y reflexivo asintió.

-Quizá en el hospital, cuando nacimos, alguien, queriendo o sin querer, nos cambió de cuna… Y de destino.

El rey navegante  y aventurero, preguntó:

-¿Quieres que lo arreglemos e intercambiemos vidas?

El pirata prudente lo miró sorprendido:

-¿Sugieres que me vaya a vivir como un pirata, pese que no me gusta viajar y en los barcos me mareo?

El rey aventurero meneó la cabeza:

-¡Diablos! Tienes razón. Yo tampoco soportaría estar encerrado en casa, sin mi barco y mis aventuras.

Se dijeron adiós. Y, que se sepa, nunca volvieron a verse.