A la princesa Lucía le encanta ser princesa.
-Otros niños no saben qué serán de mayores. Pero una princesa, sí; desde que nace. De mayor seré reina. Ya está. ¡Je!
A la princesa Lucía le gusta pensar cosas así. Lo único que no le gusta de ser princesa es que a veces se siente demasiado sola.
-No hay otras princesas para hablar de nuestras cosas. Y las otras chicas, como soy princesa, hacen todo el rato reverencias y no se atreven a hablarme normal; o sea, como a cualquier otra chica.
Por eso un día su padre le dijo:
-Para tu cumpleaños te compraré una mascota.
-¿Una mascota? –se extrañó Lucía.
-Sí, una animal de compañía, ya sabes. Se lleva mucho. ¿Quieres un perro, un gato, un loro…?
Lucía se quedó pensativa.
-¡Quiero dos gallinas!
Al rey casi se le cae la corona del susto.
-¡Cómo!
-Me gustan las gallinas. Van a su rollo. Y seguro que escuchan estupendamente cuando quiera contarles algo.
-¿Y tienen que ser dos?
-Por lo menos. Para que no se sientan tan solas como yo.
El rey se fue a hablar con la reina.
-Lucía necesita hermanos, me parece.
La reina se encogió de hombros.
-¡Uf! ¡Con la de líos que tenemos y lo caros que salen ahora los hijos…! De momento regálale las gallinas. Y de lo otro, ya veremos.
De ese modo fue como Lucía se convirtió en la primera princesa del mundo en tener de mascotas a un par de gallinas. Cuando se sentía sola, les contaba sus penas. Y ellas, muy educadas, le respondían con cacareos.