Por qué emigran las golondrinas

Esto era una golondrina llamado Adelita que se encontró un día con un pájaro de cuenta llamado Simón.

—¿Y qué es un pájaro de cuenta? -Le preguntó.

Simón se limpió el pico con chulería.

—Pues un pájaro que sabe de sumas y restas, divisiones y multiplicaciones.

—¡Caramba, qué interesante!

—No creas una palabra. Un pájaro de cuenta es del último del que te puedes fiar -dijo otro pájaro que acababa de posarse en una rama cercana.

—¿Tú quién eres? -preguntó Adelita.

—Un pájaro de cuidado. Me llamó Guillermo.

El pájaro de cuenta llamado Simón, silbó muy molesto:

—¿Y un pájaro de cuidado es acaso mejor?

—Bueno -dijo el aludido, echándose de nuevo a volar-. Ambos somos unos pajarracos, la verdad.

La golondrina, con súbito dolor de cabeza, decidió cambiar de aires. Y por eso todos los años las golondrinas emigran. Para evitar a los pájaros de cuenta, a los de cuidado y a todos los pajarracos.

El elefante y la golondrina

Elefante 2.jpgUn día se le atascó la trompa a un elefante y, nada, que no funcionaba. Fue al Centro de Salud a ver qué pasaba. La doctora, tras hacerle una radiografía, le dijo:

-Pues, nada, que una golondrina ha hecho nido dentro de tu trompa. Por eso no tira y se atasca.

-¿Y qué hago? -preguntó el elefante.

– ¡Ah! –Exclamó la médica, encogiendo los hombros-. Eso es cosa tuya y de la golondrina.

Y el pobre elefante, como era un buenazo y adoraba a los animales, se pasó varios meses esperando a que llegara la época en que las golondrinas emigran a otro país.

La serpiente

Esto era una serpiente que un día, muerta de hambre, se comió una remolacha. Las serpientes no son vegetarianas, así que le sentó fatal y la tripa le empezó a doler un montón.

-¡Ay, ay! – se quejaba.

-¿Qué te pasa? –le preguntó un parajillo, desde lo alto de la rama de un árbol.

-Me duele horrores el vientre.

-Te habrá sentado mal algo…

-Puede, pero no sé que fue lo último que comí. No me fijé. Si te asomaras a mi boca y me dijeras qué tengo ahí dentro quizá pudiera buscar remedio para los dolores.

Eso dijo la serpiente desde el suelo, mirando hacia arriba y abriendo a tope la boca. El parajillo no sabía qué hacer.

-¿Quieres que mire ahí dentro?

-Por favoz, hazlo. Me siento morir.

-Vale, pero ten cuidado…

El buen pajarillo bajó de la rama volando y se metió en la boca de la serpiente para ver qué había comido.

Si lo vio nunca se supo, porque la boca se cerró de inmediato. Aunque quizá desde dentro oyera a la serpiente:

-Qué alivio. Por fin un poco de comida digestiva.

Y esta es la Moraleja: donde haya peligro nunca metas la cabeza.