Un cienpies fue un día a ver un cirujano.
-¿Me puede operar para ponerme cien manos?
-¿No le vale con dos?
-Con dos no doy abasto cuando me pican los pies.
Tres eran tres los hijos de Eleno,
tres era tres y ninguno era bueno.
El mayor, Abraham, tenía un cerdo
y lo cambió por una bufanda
en el primer mercado de enero,
—¿Tu eres tonto? -le dijo su padre.
—No, señor. Solo un poco friolero.
El segundo, que era Timoteo,
se construyó una mansión enorme
y muy bonita, pero sin techo.
—¿Tu estás loco? -le dijo su padre.
—Es que así veo mejor el cielo.
Y Camilo, que era el más pequeño,
nunca hizo nada de utilidad
o con algún tipo de provecho.
—¿Tú que eres?, le preguntó su padre.
—Pues yo soy el más listo y despierto
porque no haciendo nada de nada
nadie me llamará hijo de Eleno.
Tres era tres los hijos de Eleno
Tres eran tres y ninguno era bueno.
Esto era una chica muy guapa que un día quiso aspirar a Miss Mundo.
Se presentó al correspondiente certamen y le pidieron que se pusiera un traje de baño.
—¿Dónde está la piscina?
—No hay.
—Pues vístase usted de Tarzán, ¡so guarro! —le soltó al del jurado, que era un señor trajeado de la cabeza a los pies.
Y no ganó.
¡Pero se quedó más a gusto…!
En cierta ocasión un preso se escapó de la cárcel con su uniforme de rayas. No tenía dónde esconderse y se metió en un parque zoológico para pasar la noche. Un mono que lo vio, se puso a chillar:
-¡He visto un cebra que anda sobre dos patas!
El preso se escondió y los vigilantes del Zoo, alarmados por los gritos, se llevaron el mono al siquiatra.
Esto era un reloj que perdió una hora. Era un reloj muy grande, instalado en lo alto de una torre municipal. Cuando pasaban las Doce del mediodía, de pronto eran las Dos.
-¿Y la Una? ¿Dónde está la Una? –Preguntaban al reloj sus clientes; o sea, los vecinos que lo consultaban.
El reloj no sabía qué contestar. Se le había perdido esa hora.
Hasta que, hechas las investigaciones oportunas, se pudo descubrir que la Una estaba colgada boca abajo en la campana más grande de la cercana iglesia, para sustituir a un badajo roto.
El cura del pueblo se disculpó:
-La culpa fue mía. No podía tocar a misa sin badajo en la campana. Y como la Una es tan simpática, me dijo: si quieres me cuelgo ahí y me doy cabezazos contra la campana.
El reloj hizo un gesto resignado:
-Es muy buena. Pero bien del todo yo creo que no está.
Esto era una sandía que se miró en el espejo de un río.
-¡Caramba, estoy un poco redondilla! Tendré que ir al gimnasio.
Fue el gimnasio, se empleó a fondo y no tardaron en decirle:
-¡Cada día estás más delgada!
Hasta que volvió a pasar por el río, se asomó a sus aguas y se llevó un susto de espanto:
-¡Pero si ya no soy yo! ¡Pero si parezco un calabacín!
No volvió al gimnasio. Ni se privó de comer.
-¡Una es una y sanseacabó!
Esa fue su conclusión.
Un día Juan Carlos llegó al colegio con gafas. El que se sentaba a su lado izquierdo le dijo, mirándolo con cara de pena:
-¿Se te han roto los ojos?
-No. Solo están algo estropeados.
-¿Eres cegato? -le preguntó el que se sentaba a su derecha, mirando con un poco de asco.
-No. Veo bien. Pero mejor con las gafas.
La chica que se sentaba delante, le dijo:
-¡Estás más atractivo!
La que se sentaba detrás añadió:
-¡Y más guapo!
El de la izquierda, el de la derecha y todos los demás chicos de la clase empezaron a gritar:
-¡¡Queremos ser unos gafotas!! ¡¡Queremos ser unos gafotas!!
Esto era un rey que tenía un dolor fuerte, fuerte.
–Daré una gran recompensa a quien me lo QUITE -aseguró.
Y la recompensa se la llevó… ¡El mayor ladrón del reino!
–¿Quien mejor que yo para QUITAR algo? -aseguró el ganador a cuantos quisieron oírle.
…
(En algunas zonas de España, quitar es sinónimo de robar)
Un hombre muy alto le dijo un día a un hombre bajito:
-Yo puedo jugar al baloncesto mejor que tu.
-¿Por qué?
-Porque estoy más cerca de la canasta.
El hombre bajito rió y le dijo al hombre alto:
-Pero yo puedo jugar al golf mejor que tu.
-¿Por qué?
-Porque estoy más cerca del agujero.
Y un hombre de estatura mediana que los escuchaba, preguntó:
-¿Y para mi qué? ¿No hay nada?
El hombre altísimo y el hombre bajísimo lo miraron con pena:
-¡Bah! Tu solo eres normal.
Esto era un alto ejecutivo de metro y medio.
-Señoras, señores, deben ustedes obedecerme o les echo -dijo un día, en un reunión interna con sus colaboradores.
-¿Por qué? -preguntó su adjunto económico, que media 1,70.
-Porque yo soy un alto ejecutivo y ustedes están por debajo de mi.
El gerente, que medía 1,80, intervino.
-¿Puede repetir?
-Con mucho gusto -dijo el alto ejecutivo-. Si no me obedecen todos en todo los echo porque ustedes no están a mi altura en la empresa.
-¡Todos en pie! -ordenó el jefe de Medios, que medía 1,77, dando ejemplo.
Todos, salvo el alto ejecutivo, se pusieron en pie, en torno a la gran mesa ovalada de las reuniones importantes.
-Usted también, por favor -pidió el jefe de Medios al alto ejecutivo que presidía el encuentro.
El alto ejecutivo se puso en pie. Con su metro y medio, casi todos le sacaban al menos la cabeza.
-Y ahora repita eso de que está por encima de todos nosotros….
El alto ejecutivo, rojo de ira, los echó a todos de la empresa. Pero todos se fueron llorando de la risa.
Y FIN. Ji.
Esto era un hombre un poco obeso.
-Debería de cuidarse –le dijo un día el doctor.
-¿Lo dice por algo? –preguntó él, suspicaz.
-Con algún kilo menos, estaría usted mucho mejor.
-¡Mañana me pongo a dieta!
Al mes siguiente, volvió a la consulta y pesaba cuatro kilos más.
-¿No se había puesto usted a dieta?
-Sí, pero he sido muy feliz estos días y a mi me engorda la satisfacción.
El doctor ser rascó la cabeza:
-¡Ah, caramba! Pues si es por eso, siga engordando usted y viva la obesidad.
Y sin recetarle nada, lo dejó marchar.