Esto era un rey con pata de palo y un pirata con corona dorada. Nada gustaba más al rey que hacerse a la mar y correr aventuras. Nada gustaba más al pirata que sentarse en el mejor sillón de su casa y aconsejar, con prudencia, a cuantos iban a consultarle.
Un día, por puro azar, se conocieron.
Y dijo el rey de la pata de palo:
-Oye, ¿yu y yo no estaremos cambiados?
El pirata prudente y reflexivo asintió.
-Quizá en el hospital, cuando nacimos, alguien, queriendo o sin querer, nos cambió de cuna… Y de destino.
El rey navegante y aventurero, preguntó:
-¿Quieres que lo arreglemos e intercambiemos vidas?
El pirata prudente lo miró sorprendido:
-¿Sugieres que me vaya a vivir como un pirata, pese que no me gusta viajar y en los barcos me mareo?
El rey aventurero meneó la cabeza:
-¡Diablos! Tienes razón. Yo tampoco soportaría estar encerrado en casa, sin mi barco y mis aventuras.
Se dijeron adiós. Y, que se sepa, nunca volvieron a verse.